POR: TOMÁS GRIFFEROS – DIRECTOR TERRA CONSULTORA
Una de las características más atractivas que tiene la educación outdoor, es la capacidad que permite que los aprendizajes logrados sean significantes en dimensiones y escenarios que están más allá de la vida escolar y profesional de aquellos que tienen la oportunidad de experimentarla. De acuerdo a lo anterior, un elemento que resulta clave y fundamental en estos procesos formativos es la metodología utilizada, la que muchas veces, lejos de ser muy rigurosa y sistemática, se asocia a manifestaciones intuitivas y espontáneas impulsadas por la experiencia y conocimientos técnicos y pedagógicos de quienes lideran estos programas. En línea con lo expresado antes, la ejecución de actividades al aire libre, donde se involucra el aprendizaje experiencial, debe considerar un método atractivo de trabajo que promueva la construcción de acciones dinámicas y participativas – en los contextos de desafío, aventura, superación y esfuerzo individual y colectivo – puesta al servicio de los objetivos que se persiguen.
Del mismo modo, resulta importante validar el desafío y la aventura como escenarios metodológicos claves para el aprendizaje y desarrollo de conductas y prácticas en dimensiones que subyacen de las habilidades sociales y personales. Por tal motivo, hay un aspecto que cobra gran relevancia para el diseño de estas actividades y que dice relación con la gestión de riesgo que se debe tener presente en los espacios naturales.
Los inicios de esta forma de educación tienen origen en las experiencias de muchos autores que han hecho de esta un método para enfrentar lo desconocido. De este modo, estas situaciones de aprendizaje se relacionan con un sistema de educación que no sólo habilitará técnicamente a las personas, sino que, además, les permitirá a estas desarrollar un profundo sentido de sí mismos.